El jesuita Jorge Mario Bergoglio, nuevo papa, fue públicamente denunciado por su colaboración con los militares.
Este miércoles 13 de marzo se conocía el nombre del nuevo Sumo
Pontífice de la Iglesia Católica. El cardenal argentino Jorge Mario
Bergoglio será el Papa número 266 de la historia con el nombre de
Francisco I. El arzobispo de Buenos Aires, un jesuita de 76 años, ha
sido inmediatamente calificado como un religioso "moderado" y
"preocupado por la marginación social". Una vez más, la máquina de los
mass media se ha puesto en funcionamiento para reconstruir la biografía
del sucesor de Benedicto XVI. La realidad es, no obstante, que Bergoglio
comparte con Joseph Ratzinger un oscuro pasado, denunciado hace años,
que no lo sitúa precisamente al lado de los marginados de la sociedad.
Nacido el 17 de diciembre de 1936, Jorge Mario Bergoglio llegó al
sacerdocio a los 32 años. Pese a lo tardío de su vocación, su ascenso en
la curia fue vertiginoso. En menos de cuatro años llegó a liderar la
congregación jesuita local, cargo que ejerció de 1973 a 1979. Este
ascenso coincidió con la instauración de la sangrienta dictadura militar
que gobernó la Argentina desde el Golpe de Estado del 24 de marzo de
1976, contra la presidenta María Estela Martínez de Perón, hasta el año
1983. Un régimen que se caracterizó por la práctica sistemática de la
tortura, el asesinato y la desaparición de miles de personas y el robo
sistemático de recién nacidos, sustraídos a los padres "subversivos".
BERGOGLIO DENUNCIADO POR SU COLABORACIÓN CON LA DICTADURA
Sobre el papel desempeñado por Bergoglio en estos terribles años
existe el testimonio de numerosos testigos, que relataron como el
sacerdote perjudicó a sacerdotes y laicos que fueron secuestrados,
torturados y desaparecidos. En abril de 2010, un sacerdote, un ex
religioso, una teóloga, un seglar de una fraternidad laica que en 1976
denunció en el Vaticano lo que ocurría en la Argentina, y un laico que
fue secuestrado junto con dos curas que no reaparecieron, denunciaron
públicamente su apoyo a las prácticas criminales de la dictadura
Uno de los casos denunciados se refiere al secuestro de Orlando Yorio
y Francisco Jalics. Dos jesuitas que realizaban su labor pastoral y
tareas sociales en un barrio de chabolas del sur de Buenos Aires. Los
dos sacerdotes fueron recluidos en la Escuela de Mecánica de la Armada -
utilizada como centro de tortura - cuando Bergoglio se desempeñaba como
principal de la Compañía de Jesús. Según la acusación, Bergoglio los
delató y les retiró la protección de su orden religiosa dejándolos a
merced de sus victimarios. Ambos párrocos aparecieron drogados y
semidesnudos cinco meses más tarde en un campo de las afueras de la
capital argentina. Esta denuncia consta en el libro "El silencio" del
periodista Horacio Verbitsky y se apoya en las declaraciones del propio
Orlando Yorio, realizadas antes de fallecer por causas naturales en
2000.
"La historia lo condena: lo muestra como alguien opuesto a todas las
experiencias innovadoras de la Iglesia y sobre todo, en la época de la
dictadura, lo muestra muy cercano al poder militar", señaló tiempo atrás
el sociólogo Fortunato Mallimacci, ex decano de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires, refiriéndose al nuevo Papa.
En 2010, el periodista Sergio Rubín escribió un libro titulado "El
jesuita, conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio", en el que se
refiere como los dos sacerdotes consideraban que el jerarca "los tachaba
de subversivos y ejercía una actitud persecutoria hacia ellos por su
condición de progresistas". El 8 de noviembre de 2010, Jorge Mario
Bergoglio tuvo que declarar sobre el secuestro de los dos jesuitas. Uno
de los abogados querellantes en el juicio, Luis Zamora, manifestó:
"Cuando alguien es reticente está mintiendo, está ocultando parte de la
verdad. El cardenal no pudo justificar por qué esos dos sacerdotes
quedaron en una situación de desamparo y expuestos... con su testimonio
ha quedado demostrado en forma muy contundente el rol tan siniestro de
la Iglesia católica durante la última dictadura militar".
Según declaró posteriormente el periodista Horacio Verbitsky:
"Bergoglio tuvo el privilegio de eludir la declaración pública en el
tribunal que juzga los crímenes de la dictadura. En cambio los jueces
aceptaron visitarlo en su arquidiócesis. Reconoció que en 1999 habló
conmigo sobre el secuestro de sus entonces subordinados en la Compañía
de Jesús, Orlando Yorio y Francisco Jalics. Pero dijo que nunca oyó
hablar de la isla El Silencio, en el Tigre, propiedad del Arzobispado
porteño, a la que fueron trasladados los prisioneros de la ESMA en 1979
para que no los encontrara la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos. Eso no es cierto, ya que en aquella entrevista Bergoglio me dio
los datos precisos sobre el expediente sucesorio del solterón empleado
de la Curia que figuraba como dueño de la propiedad".
UNA ACTUACIÓN CONGRUENTE CON EL PAPEL DE LA IGLESIA ARGENTINA
Huelga decir que el propio Bergoglio no solo ha negado todas estas
acusaciones, sino que afirma haber protegido a numerosos perseguidos por
la dictadura. Las acusaciones que pesan sobre el Papa Francisco I, sin
embargo, no solo están apoyadas en los testimonios de las víctimas del
régimen militar. Son, además, perfectamente congruentes con el apoyo que
mayoritariamente dio la cúpula de la iglesia argentina a la dictadura
de este país sudamericano. Y este, a su vez, con la colaboración entre
el Vaticano y los EE.UU. en el combate de los movimientos izquierdistas
de América Latina.
Durante la década de los setenta y ochenta el Vaticano hizo suya la
"Doctrina de la Seguridad Nacional" difundida por Washington para esta
región, según la cual el enemigo de la patria estaba dentro del propio
país. Éste era el "subversivo", al que se debía combatir por todos los
medios hasta lograr exterminarlo. Los patriarcas de la Iglesia argentina
actuaron en consecuencia. Tras el golpe militar, y mientras la
represión se cebaba con miles de ciudadanos, el entonces nuncio papal en
esa nación, Pio Laghi, llegó a manifestar: "...los valores cristianos
están amenazados por la agresión de una ideología que es rechazada por
el pueblo. Por eso cada uno tiene su cuota de responsabilidad, la
Iglesia y las FFAA; la primera está insertada en el Proceso y acompaña a
la segunda, no solamente con sus oraciones, sino con acciones en
defensa y promoción de los derechos humanos y la patria...".
Durante el golpe militar efectuado por los militares argentinos,
Laghi y el embajador estadounidense, Robert Hill, eran informados de
cada uno de los pasos que daban los golpistas. Obviamente, la "Santa
Sede" conocía de primera mano cuanto sucedía en la Argentina. El Nuncio
-íntimo amigo de Eduardo Emilio Massera, uno de los tres hombres
situados al frente de la Junta Militar- utilizaba además la autoridad
moral del Papa para legitimar la dictadura, llegando a declarar "...hay
una coincidencia muy singular y alentadora entre lo que dice el General
Videla de ganar la paz y el deseo del Santo Padre para que la Argentina
viva y gane la paz...".
Sin duda, la complicidad de Jorge Mario Bergoglio con los encargados
de imponer esta "paz de los cementarios" será ahora ocultada por la
mayoría de los grandes medios de comunicación y el conjunto de las
instituciones del establishment. Sin embargo, la verdad sobre
Francisco I, que llegó a calificar el proyecto de Ley de Matrimonio
entre Personas del Mismo Sexo como "una movida del Diablo" y a convocar
contra el mismo una "guerra de Dios", no podrán olvidarla fácilmente en
Argentina. Pues, tal y como denunciaban en 2007 las Madres de Plaza de
Mayo, “la que colaboró, la que nos mintió, la que nos dio la espalda es
la Iglesia de Bergoglio y la derecha”.
EXTRAÍDO ÍNTEGRAMENTE DE La Haine
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